En una sociedad llena de estímulos es muy complicado destinar un pequeño espacio de tiempo para simplemente ser. Ser sin mundo exterior y cuidando como un valioso tesoro el interior. Para llegar a este estado hace falta una varita mágica. En este caso no estamos hablando de un instrumento a lo Harry Potter sino de una voz privilegiada, la de Belén Aguilera.
La artista catalana protagonizó la noche del domingo de San Isidro con su ejército de hits y su celestial coro. Y como no podía ser de otra forma, fue abrazada por las miles de personas presentes.
El concierto comenzó con «Galgo». A pesar del corto tiempo que lleva en nuestras vidas esta canción robó alguna que otra voz a su paso. Posteriormente, «Inteligencia Emocional» nos dejó «En las nubes».



Tiramos de carrete y de pronto me pregunté que era de mi vida antes de descubrir la canción de la artista. Y continuamos con el existencialismo para llegar a «No sé quién soy». Aguilera es la voz de una generación. Pone acordes al pensamiento.
También hubo tiempo de practicar un acto tan puro como saltar al compás de canciones que son himnos vitales como «Copiloto», «La Tirita» y «De charco en charco» junto a Samuraï.
La recta final del directo estuvo marcada por constantes vitales. De esas canciones que saben más de nosotros que nosotros mismos. «Mía», «Cristal» y «Camaleón» fueron un soplo de vida que nos guardaremos para siempre en el corazón.