En mitad del fuego de las aceras madrileñas, existen pequeños oasis que saben a paraíso. Allí las musas andan pisando tierra y reciben a los espectadores con sus mejores galas. Precisamente, así fue el segundo concierto de Rozalén en Las Noches del Botánico.
El concierto empezó con una definición de lo que es «el abrazo». Pero lo que Rozalén no sabe es que ella misma lo es. Con su voz, consiguió descubrir los puntitos de nuestra piel y jugar con ellos, haciéndole la competencia a la brisa de verano. «Lo tengo claro» fue el pistoletazo de salida a un bello recorrido digno de montaña rusa.
Los éxitos empezaron a llover, y sin duda, fue la mejor forma de esquivar las nubes juguetonas del cielo madrileño. «Sácame la pena» o «Y Busqué» fueron algunas de las encargadas de abrir la velada.
Tras recibir un «cumpleaños feliz» a coro del público. Rozalén comenzó con las reivindicaciones. La primera de ellas fue la alegría como método de resistencia y empezó a desplegar su legado musical con «La cara amable del mundo».
De pronto las luces se apagaron y la brillante garganta de la albaceteña empezó a mostrar su magia. En ese momento, me pregunté cómo una persona es capaz de aguantar tanta emoción. Dedicó «Entonces» a su infancia en Letur y «Ceniza» a su difunto padre. Ella es tan humana que se le siente como parte del propio corazón.
A continuación, la complicidad hizo acto de presencia, pues compartió amistad y canciones con Pedro Pastor y El Kanka.
Nos sacó la pena y nos invitó a bailar, olvidando el mañana pero bailando los recuerdos alrededor de toda una vida construida con sus canciones. «Girasoles», «Llévame» dedicada a Palestina, «La Puerta Violeta» entre el público y «Todo sigue igual» fueron las canciones que cerraron una noche, que se quedará almacenada en los archivos bibliográficos de los presentes.
Gracias por tanto Rozalén. Ojalá pronto seas consciente de que eres patrimonio familiar. Serás inmune.

