Las ninfas son seres que se asocian al desarrollo de poderes curativos mientras viven en la naturaleza. Anoche, Belén Aguilera instaló su fauna titulada «Metanoia» en Las Ventas madrileñas. Consiguió hacer fácil lo difícil, pues todos cantamos a pleno pulmón nuestras heridas con una sonrisa y ella no solo consiguió curarlas, sino también ser la luz que ilumina al mundo cuando la felicidad protagoniza la existencia.
Nada más empezar el show, «Lolita» fue la nueva canción en sumarse a la gran familia de himnos de Belén Aguilera para derivar en «Licántropo». Los cantos entregados del público y la capacidad para cosechar auténticos mares de puntos sobre la piel iniciaron el espectáculo. Además, la artista demostró su humildad al cristalizar su mirada y enseñarnos el orgullo que supone alcanzar sueños. Claro, que nosotras no podemos estar más felices de disfrutar del crecimiento de su vuelo.
El concierto fue el fiel reflejo de la vida con potentes emociones sobre las tablas. Los espectadores pudimos disfrutar de una montaña rusa desde el primer instante, que abarcó desde la profunda intimidad donde Aguilera se permitió dar una magistral clase de registro vocal en canciones como «Camuflo» y «Oficialmente», hasta el salto con sensación de tocar las nubes con los dedos en «La Tirita» o «De charco en charco» junto a Samuraï.
Esta montaña rusa también se pudo asociar a aspectos sonoros, ya que la Dj Ruptura aportó la dosis electrónica con su arte y también un violoncelo fue la elegancia cinematográfica ante la cual los ojos hicieron brotar lágrimas en señal de agradecimiento.
«Cristal» y «Niña de los ojos tristes» fueron acompañadas por este especial instrumento aunque fue «Mía» su punto álgido. Especialmente emocionante fue disfrutar de cómo el público cantaba su historia particular mientras los dedos de la cantautora catalana volaban sobre el piano.
Allí entendí que la magia existe, que no es eso que las películas nos muestran asociada a varitas mágicas o poderes sobrenaturales y que ningún ser humano estará solo mientras un acorde acompañe su andar. «Mía» responde a mis interrogantes vitales con una facilidad tan abrumadora que aún después de años escuchándola en directo, me sigue erizando la existencia.
Además, como he resaltado con anterioridad, Belén no sólo tocó el cielo con auténticas dosis de electricidad en «Copiloto» y «Antagonista» sino que el cielo de Madrid le brindó agradecido de su magia un lugar para quedarse a vivir allí.
«Camaleón» y «Galgo» fueron la traca de fin de fiestas. Y por un momento, creí que podía vivir el resto de mi vida en ese concierto, que sería eterno y que la burbuja no se estallaría.