• noviembre 30, 2023 9:41 pm

De manolos y verduleras, carmenes y donjuanes: espacios LGBTIQ+ en la cultura flamenca desde el año 1808 hasta la actualidad

«¿Qué otra cosa son nuestros bailes más que una miserable imitación de las libres e
indecentes danzas de la ínfima plebe? Otras naciones traen a danzar sobre las tablas a los dioses
y a las ninfas; nosotros, los manolos y las verduleras». Así se lamentaba el escritor Jovellanos a
principios del siglo XIX de los bailes típicos españoles que, frente a la sofisticación propia de la
Ilustración francesa, destacaban por su rudeza y su vulgaridad en corrales muy diferentes a los
elegantes escenarios que proliferaban en el resto de Europa. Y es que el flamenco siempre fue un
baile y un cante del pueblo, de la chusma que nada tenía que ver con la burguesía refinada de las
altas esferas, de gitanos y payos trabajadores, de prostitutas y mujeres liberadas, de afeminados y
marimachos.

Son todos esos grupos marginales, no obstante, los que tradicionalmente quedan
excluidos del registro escrito de la historia, borrados sin reparo por la mano invisible pero
despiadada de la norma patriarcal y cisheteronormativa. En esta obra, Fernando López Rodríguez
rescata estos espacios de gente «rara» sin la cual la historia del flamenco se quedaría blanda e
insípida, personas que en muchas ocasiones tuvieron que nadar a contracorriente para ser fieles a
quienes eran sin renunciar a su vocación: hacer arte.

Con un lenguaje ligero y cercano, pero siempre certero y bien documentado, el autor
realiza un recorrido histórico y sociocultural del flamenco como disciplina artística e identitaria
desde principios del siglo XIX hasta el presente. Lejos de caer en el reparo embarazoso que el
apartado corporal en ocasiones suscita, el autor coloca esa corporalidad (en ocasiones, vulgar,
descarada y fuera de la normatividad) en la posición de honor que merece, analizando además las
diferencias en la representación de corporalidades «femeninas» y «masculinas». De ese modo,
sexualidad y género alcanzan una dimensión identitaria sin la cual sería imposible comprender
todos los claroscuros artísticos y estéticos del flamenco, y mucho menos de aquellas comunidades
que se salen de la normalidad imperante. Si bien esta corporalidad poco normativa es en ocasiones
motivo de humillación e invisibilización, el texto reivindica también el carácter empoderante que
nace precisamente de adentrarse en lo prohibido, esos nuevos espacios que se crean tras la ruptura
con la norma donde nuevas transiciones e hibridaciones ocurren.

La frescura de la narración radica en la dualidad intrínseca del autor: bailaor y coreógrafo,
filósofo e investigador, López Rodríguez danza sin tapujos entre el mundo académico y el
artístico, engrosando con su conocimiento dual las experiencias en ambas ocupaciones. Es
precisamente esta doble identidad la que le permite realizar un análisis exhaustivo y completo no
solo de las transiciones estéticas del baile flamenco sino también de su interacción con las
dimensiones sociales, políticas y económicas durante los siglos XIX, XX y principios del XXI.
El primer capítulo comienza describiendo la cristalización del flamenco como arte en una
España en plena crisis económica e identitaria que se filtra a su vez en los aspectos sociales,
culturales e intelectuales de la nación. En respuesta a esta situación, una gran fisura artística surge
entre el baile femenino y el masculino, este último llegando a desaparecer casi por completo en
los ámbitos considerados «decentes». Se establece entonces una dualidad entre lo permitido y lo
prohibido, lo moral y lo indecente, lo tradicional y lo transgresor. Irremediablemente, surgen aquí
los primeros artistas que se atreven a romper con la norma: travestismos, feminismo, erotismo e
hibridación. Desde los cafés cantantes y la ópera flamenca hasta los tablaos más contemporáneos,
el flamenco fue espectáculo e introspección, excelencia y mediocridad, espiritualidad y
corporalidad, liberación y yugo. Arte que rompía o mantenía los cánones sociales y de género,
que creaba comunidades y que era consumido como contenido sexual por norteños que
consideraban exóticos los rasgos morenos del sur hasta que la fina línea que separa baile sensual
de prostitución se desdibujaba entre rasgueos de guitarra, sedas y carmín.

La transición española de dictadura a estado democrático, registrada en el segundo
capítulo del libro, supuso una infinidad de cambios estructurales, sociales, políticos, económicos
e identitarios para toda la población. Como era de esperar, el flamenco se vio afectado por esta
metamorfosis que tambaleó los cimientos de lo que hasta ese momento había simbolizado España.

Con los movimientos de liberación y el reemplazo generacional, el sistema de valores
experimentó también un vuelco hacia una sociedad más moderna según los estándares europeos.
La derogación de la Ley de Peligrosidad y Rehabilitación Social (que imponía prisión y
tratamiento a homosexuales, travestis y transexuales) supuso también un florecimiento de la
comunidad LGBTIQ+ en España: Barcelona primero, seguidas de cerca por Madrid y Sevilla.

Enrique «El Cojo», Rocío Molina, Carmen de Mairena, Antonio Canales… Artistas cuyos
nombres han quedado registrados en la historia del flamenco y del imaginario popular
mostrándose abiertamente disconformes con la «normalidad» impuesta y que reinventan los
símbolos, gestos e indumentaria que tradicionalmente habían sido férreamente adjudicados a
hombres o mujeres sin posibilidad de mezclarse. Surgen entonces nuevas estéticas, nuevas formas
de expresarse y de entender las corporalidades diversas que inspirarán a artistas jóvenes a medida
que la sociedad avanza hacia un nuevo milenio.

Comienza el tercer capítulo con la entrada en el nuevo siglo, y con él, la crisis económica
de 2008. La precariedad del artista está en este momento a la orden del día y los tablaos tienen
que reinventarse para acomodarse a los únicos visitantes que tienen dinero para pagar las tarifas
que mantienen a flote su forma de vida: los turistas. Bailaores y cantaores toman las calles como
su nuevo espacio escénico en el que puedan expresarse con más libertad y cercanía a su público,
lo que en cierto modo provoca una popularización del género, un retorno del flamenco a sus
orígenes como baile del pueblo para el pueblo.

Por otro lado, los movimientos feministas y LGBTIQ+ empiezan a tener una presencia
cada vez más importante en el baile flamenco, incluso el mainstream. Los artistas queer cada vez
tienen menos reparo en traer al escenario interpretaciones que rompen los cánones de género,
sexualidad y normatividad corporal. Artistas como Manuel Liñán, Israel Galván y Nacha la
Macha ofrecen a su público un baile libre y sin ataduras que crea y destruye estereotipos para
reflejar la pureza del arte flamenco sobre tablaos españoles e internacionales.

La obra de López Rodríguez representa, en conclusión, un soplo de aire fresco a una
comunidad artística que, si bien es intrínsecamente siempre cambiante, también se corta a sí
misma las alas a veces con el peso de la «tradición» y lo «auténtico». Una reflexión respetuosa y
necesaria acerca de la interseccionalidad que, a pesar de la invisibilización, ha estado siempre
presente en el flamenco: lo gitano, lo queer, lo jondo, lo feminista, lo reivindicativo y, en
conclusión, lo poco normativo. El autor entreteje con maestría lo social y lo artístico, encontrando
siempre puntos de unión entre unos y otros. Como él mismo reflexiona:
Además de compartir el hecho de haber sido originalmente insultos […], «lo flamenco» y «lo
queer» comparten una preocupación por la pérdida de autenticidad, la nostalgia de no ser ya lo
que originariamente eran y que es, además, lo que deberían ser, lo cual no solo genera nostalgia,
sino también un ligero sentimiento de culpa. El precio de la apropiación institucional, académica
y artística de uno y de otro han podido engendrar a menudo una desconfianza inerte y un cierto
pesimismo, pero también pueden crear una saludable distancia crítica que se reserva un espacio
de tiempo para reflexionar sobre las prácticas que se están llevando a cabo en el presente […]
(López, 2020: 323).

Refugio y sanación, lágrimas y risas, genio y pellizco, carne y alma, deseo y
consolidación, lenguaje y misticismo. El flamenco representa una fuerza dual llena de
contradicciones y matices en la que toda persona independientemente de su género asignado o
sentido, de su orientación sexual, de su origen o de sus discapacidades encuentra una sublimación
al subirse al escenario y crear con su cuerpo un arte único e irrepetible. Son estas diferencias las
que construyen la obra artística y la enriquecen, transformándola en un complejo cosmos que es,
en esencia, la más pura experiencia humana.

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