Hoy es de esos días en los que me gustaría sentarme con la Laura de poco más de 7 años, darla una palmadita en la espalda e invitarla a seguir soñando.
La melodía de las canciones, con el paso de los años, fueron fundiéndose con mi piel, para pasar de ser ritmo pegadizo a historias, que más tarde serían oxígeno para vivir. Voces que se convertirían en referencia, en ídolos con los que desear conversar durante horas y los que con su trabajo, me convirtieron en estudiante de periodismo con ansias de vivir de la música.
Entre ellos, se encontraba Edurne, a la que siempre guardo un cachito de mi corazón, pues su primer disco es de esos que respira a años de uso, pues al fin y al cabo llego a mi vida con apenas 5 años.
En el pleno caos vírico, la música siempre ha sido ese rayo resplandeciente para iluminar el camino. Indispensable era encontrarme cara a cara con ella y agradecerla tantos años de acompañamiento mutuo.
La Gran Vía como testigo de los sueños que se cumplen, no quiso perderse la firma de discos de «Catarsis» el pasado 9 de octubre.


Siempre he sido de esas personas a la que les gusta mantener la ilusión pese a la más que afortunada costumbre de ver a sus ídolos. Los discos en la mano, cámara preparada con dedo tembloroso y los nervios en el lugar de siempre.
Edurne es de esas personas que desprende una paz absoluta y que es capaz de disipar hasta los nervios más insoportables, por lo que terminé mirándola a los ojos disfrutando del momento.
Es una artista que sabe contentar a su público con cariño y dibujando una sonrisa en sus rostros a pesar de las mascarillas. Divaga con ellos sobre cosas cotidianas de la vida, haciéndolos las personas más especiales del mundo durante el ratito de firma.
Yo, con mi primer disco, la joya de la corona, conseguí crear un momento de ilusión mutuo, donde los ojos de ambas se volvieron cristalinos.
Un nuevo éxito para la cultura valiente.
Gracias Edurne.