Un sol agonizante se intuía entre las nubes, previamente lluviosas, del cielo de Madrid. Los paraguas solo fueron un elemento ornamental, permitiendo el disfrute pleno de una jornada musical en la explanada Felipe II de Goya. Ana Guerra, radiante e ilusionada, dio el pistoletazo de salida a su gira de firmas de discos de su segundo disco: «La luz del martes».
Un tarareo agradable era emitido por las gargantas de sus fans, a pesar de las pocas horas de vida de estas canciones. Para muchos, serán fieles aliadas en su andar vital.
Un sentimiento de hermandad reinaba en la espera. Sin duda, la artista canaria puede presumir de tener un público de todas las edades: los que nos hemos hecho mayores junto a ella y ya nos hace falta la calculadora para fechar el flechazo que tuvimos con su música gracias la televisión y las nuevas generaciones con un nerviosismo latente. A pesar de tener corazones muy variopintos, el brillo en los ojos era el mismo.
Ella con una sonrisa inmortal recibía con sumo cuidado a todo fan. Deseosa de escuchar historias e incluso aventuras reinadas por su música, un «¿Qué tal?» y una intensa mirada a los ojos era su bienvenida. Mimó con consejos, risas cómplices y fotografías a todo aquel que subía al escenario. Un tú a tú humilde y humano, de los que quitan de un plumazo los nervios fanáticos y no solo te permiten disfrutar del momento, sino que también conversar abiertamente con una voz que es aliada del día a día.
«La luz del martes» ya había hecho su magia: enganchado y dejando corazones de los fans llenos de felicidad.
La música es un lazo irrompible del creador de ilusiones musicales y de aquel que abre las puertas de su casa de par en par para recibirlas. Querida Ana Guerra, no dejes de tirar de uno de los extremos de la cuerda de este lazo, que nosotros tiramos del otro, para que continúe tan fuerte.