Uno de mis directores favoritos viene a rodar a España y resulta que hace una de las pelis que menos me gustan de su filmografía, parece triste, y para mí lo es. Asteroid City es la última peli de Wes Anderson, y en la que, como siempre, hace un uso cada vez más desmedido y centrado en su estilo, tan propio y a la vez parece que tan común. En esto último no le ha ayudado internet y toda la cantidad de parodias de su estilo estético y narrativo, haciendo que a veces lo veamos sobrecargado por los estímulos externos al propio Anderson en YouTube. Pero claro, esto no debería ser un problema en la película, y desde mi punto de vista, no llega a serlo; y es que, si vas a ver una peli de Anderson, vas, en gran gran parte por ese estilo. Así que en dónde me puede fallar esta película, si parece que es el estilo de un director que me encanta en estado purísimo; pues voy a intentar desgranarlo.
Para empezar, sí, Anderson es, en gran medida, la parte visual; pero eso no es lo que me termina de convencer a mí para que disfrute de una película suya, yo me quedo con los diálogos y lo absurdo de sus historias. Aquí empezamos a ver cosas diferentes a otras películas suyas, y es que el tiempo que maneja es raro y un poco irregular, encontrando escenas muy lentas al principio que me hicieron pensar seriamente “anda, qué chulada; él mismo va a romper su ritmo frenético y juega con todo lo contrario, y la verdad es que esa lentitud en medio de un pueblo medio abandonado en el desierto le pega a esta historia”. Pero de repente me di cuenta de que no, que la película se vuelve frenética de golpe (sin mucha curva de velocidad que digamos), en la mitad vuelve a tener un breve bajón y otra vez sube su frenesí, haciéndola un poco irregular en lo que a ritmo se refiere. Los diálogos, eso sí, son totalmente su estilo, absurdos, con personajes sobreexplicando sus sentimientos y lo que ocurre a su alrededor, y ágiles; aunque con un sentido meta algo confuso.
Esta película es la más metapelícula de todos los recursos meta de las metapelículas de Anderson. Casi parecida a la estructura de la anterior frase, el director nos mete en una especie de making of o documental sobre una obra de teatro que a su vez es la película. Estas 3 o 4 capas, no me termina de quedar claro, y su intención meditativa sobre las ideas de qué es actuar o escribir un guion y de dónde surgen las ideas no me molestan para nada, como he visto en otras críticas; mi película favorita es 81/2 de Fellini, así que disfruto de este ramalazo intelectualoide, y me flipa David Lynch, así que agradezco que de vez en cuando algo no me quede claro en una película y no lo veo necesariamente como un aspecto negativo. Me gustan estas cosas enrevesadas, y sobre todo el surrealismo que a veces emana de todo ese conjunto, pero quizás le falta algo más de sentido a cada una de manera independiente; como sí ocurría, por ejemplo, en La crónica francesa o Gran Hotel Budapest. Y es que aquí parece un poco más atropellado, o incluso forzado, a cómo suele hacer Anderson este tipo de incursiones meta.
Por último, tengo que hablar de lo que más me choca de esta película y, aunque casi no se hablado de su importancia para el film (por no decir directamente que no se ha hablado nada, y pillarme los dedos si hay alguna crítica por ahí con la que no he dado), me parece de enorme relevancia: su música. La partitura de Alexandre Desplat es parte de la identidad de Anderson, le guste o no; y me da la sensación de que cada vez le gusta menos. La cantidad de música del compositor francés ha bajado considerablemente en las últimas películas del director, y esto, a mi parecer, le hace un flaco favor.
Aunque hay que reconocer que El fantástico Sr. Fox o Isla de Perros tiene muchísima cantidad de música, esto ayudaba enormemente al ritmo de las películas; sobre todo porque Desplat usaba un estilo minimalista muy europeo que representa el movimiento continuo de una manera muy efectiva. Así, cuando Anderson parece vacío de contenido narrativo porque se centra en lo estético, la música apoya todo esto y lo hace maravillosamente. Quítale la música, pero mantén la falta de narrativa en favor de la estética, y empieza a quedar un producto vacío. Este recurso es más viejo que la invención de la puerta, pero realmente funciona; y un ejemplo claro podría ser toda la filmografía de Peter Greenaway con la música de Michael Nyman. Aún así, lo poco que ofrece Desplat está dentro de lo que nos suele dar en las pelis de Anderson, y es una maravilla que merece la pena su escucha.
Aunque puede parecer que he sido bastante duro, esta película no me parece infame o algo que no ver jamás; pero sí es verdad que no me parece un camino a seguir por Anderson, si quiere continuar como uno de los directores por los que los actores reconocidos quieren darse de leches para aparecer en sus películas. Así, tan solo espero que esto sea una pequeña frenada, un pequeño “bache” (sin intención de sonar tan mal como podría esa palabra) dentro de su filmografía, y que se desarrolle en el futuro dentro o fuera de su estilo, pero quizás con más sentido respecto a lo que es, precisamente, estar dentro o fuera de su estilo.