“Lighyear” ha sido el lanzamiento veraniego de la compañía Disney Pixar. Sin duda, fruto de abrir una nueva etapa en el mundo de la animación, ha acaparado la atención tanto de los fans, como de aquellas personas vinculadas a una ideología prehistórica.
El espectador se pone en la piel de Andy (protagonista de la saga de “Toy Story”) para disfrutar de la película que el pequeño disfrutó, allá por 1995, en la gran pantalla. Pero, por el contrario de lo esperado, esta película no es estirar la saga hasta límites insospechados, sino abrir un nuevo camino enfocado más al fan adulto que a las nuevas generaciones.
Precisamente, el seguidor que creció acompañado de los juguetes más famosos de la ficción se ve recompensado por esta producción, puesto que hay múltiples guiños a las películas antecesoras, no solo con frases como “hasta el infinito y más allá”, sino también recreando una escena similar a la de “Toy Story 2” en la que los personajes se ven atrapados debajo de unos gigantescos conos de tráfico.
Se trata de una película espacial muy ligada a los cánones que esto impone. Juega con el dramatismo que supone la diferencia de tiempo entre un planeta y el espacio, dando el toque triste que habitúa a dar Pixar en sus creaciones. Además, se apoyan en ello para explicar el clásico “Buzz Lightyear, yo soy tu padre” pronunciado por Zurg. No quiero hacer spoilers, pero bajo mi punto de vista está resuelto con una admirable destreza. Sin duda, es una ficción muy madura.
Además, hay que resaltar que la película es una dosis inimaginable de adrenalina, donde el espectador no solo sufre, sino que también da varios respingos de su asiento. En definitiva, no hay tiempo para aburrirse en «Lightyear».
La película es una ventana al mundo actual, visibilizando a personas con descendencia africana, personas mayores y por lo tanto, también a relaciones LGTBIQ+. Aunque, bajo mi punto de vista el paso es muy discreto y hacen falta escenas más habituales y potentes. Querido Pixar, confío mucho en ti.