Bajo la dirección de David Vitori, Mario Casas interpretando a Dani, se ve envuelto en un crimen involuntario. A partir de la desgracia, se sumerge en una burbuja de consecuencias imposible de frenar.
El guion podría decirse que no es ninguna novedad en el mundo del cine. Todo está bañado por una dosis de violencia que en ningún momento cae en la sangre fresca y a la vista.
Que sea un tópico, no quiere decir que no tenga una dosis adictiva que te mantenga pegado a la pantalla, sino todo lo contrario. Con una simpleza de escenarios y un constante nerviosismo tanto en música como en planos, consigue traspasar la angustia al espectador.
Para Mario Casas, este papel supone una vuelta de tuerca en su carrera. Encarna a un joven inocente, vulnerable e indefenso, que le tiene miedo a la vida tras el fallecimiento de su padre. Consigue una naturalidad muy realista logrando empatizar con el público.
Sin querer hacer ningún tipo de spoiler, el final, abierto y con la mirada fija en el espectador del protagonista, me ha dejado helada y con ganas de más.
¿Hasta dónde es capaz de llegar el ser humano con el propósito de esconder sus errores?
