Hay series que son para ver tranquilamente sentados en el sofá. Este tipo de filmación suele pasar sin pena ni gloria por la vida de los espectadores. Sin embargo, hay otras destinadas a revolucionar vidas y derrotar los cánones establecidos por la sociedad.
Esta es la descripción que mejor se adapta a la segunda temporada de «Con amor, Víctor». Refleja la adolescencia tal y como es, sin estereotipar y echa por actores en la edad idónea.
La serie refleja los ideales arcaicos de la Iglesia Católica protagonizados por una madre que no asume la homosexualidad de su hijo. La serie manda un mensaje a todas las personas del colectivo que han sufrido discriminación de sus seres queridos, dejándoles claro que sí estos no anteponen a las personas antes que a los ideales realmente no existe su amor ni su humanidad.
Además, de una forma sutil, plasma las condiciones elementales para que una pareja tenga una relación sana. Sin un espacio propio, los pilares de este amor se caerán más pronto que tarde.
Este no es un cuento de hadas ni mucho menos, pues se limita a reflejar la realidad en muchos ámbitos como las inseguridades o las relaciones sexuales. Además, en el ámbito de la discriminación homófoba, ejemplifica los hechos con actos que llegan una y otra vez a los medios de comunicación.
Pero el elemento esencial de esta serie es ver qué, a pesar de las diferentes personalidades de los protagonistas, consiguen crear un núcleo común y esencial para sus vidas, que es su amistad.
Mejora con creces a la primera temporada.